Era el Oeste y se acercaba el verano.
En los lejanos estados fundadores, allá por donde
caían la y el capital, se hablaba de que era necesario renovar los congresistas
y elegir nuevos próceres que guiaran la patria. Llegó a los oídos del
Gobernador y decidió adelantar el baile que cada año ofrecía para resaltar sus
logros y ocultar sus miserias. Lo más granado de la sociedad deambulaba por los
salones de la casa del mandatario, celebrando o criticando los éxitos o
fracasos de su gobierno. El Gobernador aprovechó un descanso de la orquesta
para dirigir unas palabras a sus invitados. Les habló del árido páramo que les
dejaron en las manos y en lo que habían conseguido convertirlo y les prometió
la pronta llegada del ferrocarril, y con este sus promesas de negocio y
progreso. Desde el público se oyó una voz que lo llamó mentiroso y le exigió
que le dejase dirigirse también a los asistentes. Los hombres del Gobernador lo
reconocieron enseguida: olía a elecciones a la legua, era el rival que había perdido por poco contra el ahora gobernante, y que quizás también quería congraciarse
con los votantes pues se barruntaban cambios
en la Cámara de la Federación. Habló a los asistentes de la sequía que
el Gobernador parecía obviar y que mataba de hambre a granjeros y ganado.
Prometió un verano lleno de praderas verdes y arroyos caudalosos, prometió no
alejarse de los que le siguieran y dijo que si antes no había conseguido lo que
ahora prometía era por culpa de los Siux, que no entendían qué era lo que de
verdad era necesario para esa tierra que él quería sacar de la barbarie y
llevar a la civilización. El Gobernador lo mandó callar y su rival lo retó a
duelo. Al día siguiente, a la salida del sol, se verían las caras en la Plaza
Mayor.
Todos abandonaron la fiesta, abortada por la abrupta
discusión entre los rivales. Esa noche, en el camino a casa, uno de los
potentados sufrió una emboscada y cayó muerto. Las voces se corrieron rápidas
por el pueblo y muchos sonrieron: el hacendado que yacía sobre el polvo no había
sido un dechado de virtudes. De todos modos, los biempensantes pusieron el
grito en el cielo y exigieron el luto en todas las conciencias, acabando además
este duelo con el que tendría que haber tenido lugar al alba. Tanto el
Gobernador como su rival lloraban la pérdida de uno de los suyos.
Poco después se supo el motivo del asesinato, y cómo
otro de los invitados al baile del Gobernador había pagado a los bandidos por
aquel trabajo.
De todas formas, en la Plaza Mayor colgaron a un
negro, porque había que dar ejemplo.
Inspirado
en hechos reales.
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