Volvió el bombero del verano jugando a lo de tirarse cubos de agua por
la cabeza para una enfermedad cuyo nombre ya hemos olvidado, quizás para hacer olvidar también que ha
sido el presidente autonómico que más ha recortado en sanidad. Y después
siguió con su guateque millonario donde se reune con aquellos cómicos
huérfanos de ZP que vienen a provincias a premiarse y a premiar su propio ego, a la vez que el director de esos Premios Ceres llamaba
fascistas a quienes luchan en Extremadura por el bienestar de la clase
obrera. Venían, pues, con ganas el presidente-emperador y su hombre en
la sombra de salir en las teles del país y esperar que le
gritaran guapo guapo como si de un One Direction se tratara. Y claro, ya
puestos, y viendo que llegaba el día de la región, se tiró al barro y
se dijo: para mi último (Redondo no lo quiera) discurso como presidente
quiero agradecer a IU el puesto de capataz intercambiando sonrisas con
Pedro Escobar mientras me mira un símbolo domesticado.
La cuerda verde, blanca y negra que le ponía al cuello la víspera del día de Extremadura José Antonio Monago a Roberto Iniesta me recordó mucho a la del viejo Brooks, uno de los presos más antiguos del penal donde Tim Robins prepara su fuga en "Cadena Perpetua". Este, una vez conseguida por fin la libertad se ve agobiado fuera de la cárcel y acaba al poco tiempo ahorcándose en su cuarto. Y, muchos años después del anti-himno Extremaydura, el poeta yonki quedaba institucionalizado.
Probablemente, conseguir que Iniesta accediera al paripé de Mérida, sea uno de los mayores éxitos de Iván Redondo, el Rasputín/presidente-en-la-sombra de Extremadura. Cogió a un concejal medianía y lo convirtió a base de aspavientos en el nuevo progre del PP, vendedor de humos y manipulador de emociones a la altura de su predecesor Ibarra. Estuvo entre medias Vara, claro, pero ahí está su propaganda para borrarlo de las fotos como a un Trotski del ibarrismo. Porque la idea del publicista-consultor era convertir a su pupilo en otro Ibarra que rompiera cristales fuera de Extremadura para encandilar a los de dentro.
(Si viene la policía no es pecado, vida mía, recoger con ella una medalla y saludar.)
La cuerda verde, blanca y negra que le ponía al cuello la víspera del día de Extremadura José Antonio Monago a Roberto Iniesta me recordó mucho a la del viejo Brooks, uno de los presos más antiguos del penal donde Tim Robins prepara su fuga en "Cadena Perpetua". Este, una vez conseguida por fin la libertad se ve agobiado fuera de la cárcel y acaba al poco tiempo ahorcándose en su cuarto. Y, muchos años después del anti-himno Extremaydura, el poeta yonki quedaba institucionalizado.
Probablemente, conseguir que Iniesta accediera al paripé de Mérida, sea uno de los mayores éxitos de Iván Redondo, el Rasputín/presidente-en-la-sombra de Extremadura. Cogió a un concejal medianía y lo convirtió a base de aspavientos en el nuevo progre del PP, vendedor de humos y manipulador de emociones a la altura de su predecesor Ibarra. Estuvo entre medias Vara, claro, pero ahí está su propaganda para borrarlo de las fotos como a un Trotski del ibarrismo. Porque la idea del publicista-consultor era convertir a su pupilo en otro Ibarra que rompiera cristales fuera de Extremadura para encandilar a los de dentro.
(Si viene la policía no es pecado, vida mía, recoger con ella una medalla y saludar.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario