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viernes, julio 23, 2010

Tourmalet vs. Holanda.

Va a ser que me estoy haciendo mayor. Antes me hacía gracia ver a tanto imbécil en las rampas del Tour de Francia, pero ahora sólo me entran ganas de varearles el lomo. Ayer era de escándalo: forçados, superhéroes vestidos de amarillo, grupillos disfrazados de cualquier cosa, e incluso un calvo (no, no el calvo de telecinco de la sexta, si no un maromo enseñando el culo a la vez que corría al lado de Contador y Schleck). Todo regado con el pasteleo que parece que enraiza en el Tour, que ahora va a haber que parar hasta si a uno, pobrecino, le da una pájara. Tiene razón Sastre, esto es una carrera y no una patraña de niñatos. Y a pesar de todo, está siendo un buen Tour, de los que nos negaron los imperios de Indurain y Armstrong, con el paréntesis del gran Pantani y el maltratado Ullrich. Vuelve la emoción a la carrera, la incertidumbre y la prensa incluso habla de ciclismo cuando informa sobre ciclismo (vamos, que no tiran de "¡ciclistas drogadizos!").

Y aunque me queje, el ciclismo es el deporte donde uno puede estar más cerca de los deportistas, donde todo el mundo anima a todo el mundo, sea de donde sea, con la bandera que sea, trapos de colorines que ambientan las subidas y no están ahí para ofender a nadie, para oponerse a nadie, sino para animar a todos. Nada que ver con el fútbol y la resaca de ultranacionalismo que estamos pasando, con tantas borbonas (estanqueras, leí ayer en Diagonal, no sabía yo ese nombre de la rojigualda) todavía en ventanas y balcones, dios sabe hasta cuándo, con tanto "¡hijo puta!" desde tantas gargantas, refiriéndose a un jugador rival o a un árbitro no complaciente.

Y lo peor es que ganamos. ¡Que hartón de chovinismo!