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domingo, enero 22, 2017

Distopía astronauta.

Quienes vivimos con ansia la llegada del futuro en forma de año 2000, ya sabíamos que a partir de entonces poco más se podía hacer más que seguir embistiendo a los días por venir hasta llegar a la distopía. Algo nos había chivado ya el que no existieran coches voladores y el que todo siguiera siendo entre gris y mierda y que el mundo de colorines sólo hubiera llegado a los videoclips de los grupos de tontipop. Menos mal que para quitarnos de encima tanta sonrisa idiota teníamos a una banda de salvajes en def con dos contra el mundo que, aparte de hacernos botar como si no hubiera mañana, nos alertaban de que vivíamos en Ultramemia.

Por aquel entonces la distopía de hoy aún no se había extendido a todo el territorio, y sólo la sufrían en las levantiscas regiones del norte, que habían sustituido al comunismo judeomasón como enemigo del que guardarnos. Nuestros bravos muchachos luchaban con brío contra el terrorismo de ETA, que incluía a periodistas no domesticados y pacifistas separatistas. Pero bueno, todo era por la democracia™ y el estado de derecho® y bien hecho estaba, que decían los telediarios.

Y casualmente, ¡alehop!, justo después de desaparecer el último grupo armado patrio (sin beneplácito del estado, se entiende) nos dimos cuenta de que los payos de César Strawberry tenían toda la razón. Este país es una idiocracia surgida del fascismo y pringada de él hasta en sus más recónditos recovecos. Y ahora, una vez que se le han acabado todos los enemigos ha encarado la proa de su represión hacia el humor, el único reducto de libertad que nos quedaba.

Pero no podrán con nosotros. Lucharemos y aguantaremos. Torres más altas han caído. Y desde más alto aún lo ha visto el astronauta Carrero.